Pintar una foto es quedarse largo rato adentro de ella. En la jerga de los fotógrafos al acto de darles color se le llama ‘iluminarlas’. Antes se hacía con pinceles y tintas. Ahora las pintamos con una tableta y un lápiz digital, pero el espíritu sigue siendo el mismo.

La pregunta más difícil, la primera que hay que resolver, es la del tono del rostro. Hay un banco de pieles que van desde el blanco caucásico hasta el negro más tinto. ¿Qué color corresponde a la piel de los Mapuche? A veces hay que buscar fotos en internet y clonar la piel de otra persona: ensayar el tono y la saturación hasta que parezca fiel.

Nunca va a ser realista. Tampoco es la idea: la fotografía es un artificio y devolverle el color es otro. Artificio del fotógrafo, del que posó, de la luz, del laboratorista, artificio del que pinta. Una ficción sobre una ficción de lo real. De eso se tratan todas las historias.

Pintar la representación gráfica de un genocidio es un intento por insuflar vida donde otros sembraron masacres.