En la ventana hay cuatro fotos de Inakayal. Estan colgadas con broches, una al lado de la otra: se están secando. Escribir esto en esta época puede significar que las agarró la lluvia. Pero no, es otra cosa. Son copias manuales, hechas al viejo estilo: las copié con una técnica antigua que se llama Van Dick Brown. Revelé cada una a distintas horas del día y son diferentes por varios factores. Las nubes y la posición del sol, el tiempo que las dejé a la intemperie o bajo el agua: todo conspiró para que cada imagen tuviese su propia personalidad.
Están mojadas porque el último paso es lavarlas en agua durante un rato largo.
¿Por qué hacer algo así, cuando es más fácil imprimirlas en un laboratorio digital? No se trata solo de entregarse al azar y la emoción de los procesos artesanales.
La imagen de Inakayal mirando a cámara fue tomada en el Museo de Ciencias Naturales de la Plata en 1886, cuando el lonko estaba prisionero allí. Es el retrato de un hombre que supo ser libre y que al momento de ser fotografiado estaba derrotado. Le tomaron esa foto para estudiarlo como a un bicho de laboratorio, y ya es sabido que la foto del carcerelo es una foto que roba el alma.
Cuando empecé a pintarla y bordarla, la idea era sanarla. Inakayal es uno de los protagonistas centrales de la historia Mapuche reciente y es triste que la imagen que tengamos de él sea una imagen tomada por sus carceleros.
Lo más difícil de todo el proceso fue acceder a un archivo de buena calidad. Las fotos circulan por internet en distintas resoluciones, la mayoría de ellas bastante malas. Buscando en lo profundo de internet llegué a algún lugar: una biblioteca europea las digitalizó, pero la resolución es media y apenas alcanza para una impresión pequeña. Trabajé sobre esa imagen hasta que dí con quienes creía que tenían la versión original. Para conseguirla viajé unos cuantos kilómetros algunas veces: visité archivos personales, me entrevisté con antropólogos y viejos fotógrafos. Lo mejor que pude conseguir fue una versión que se podía imprimir en 18×24 centímetros. La pinté, la imprimí, la bordé: hice ese ritual con cada una de las fotos que recopilé de distintas fuentes. Así nació Restitución.
A fines del año pasado la Comunidad Mapuche Epu Lafken nos invitó junto a Mariana Corral a llevar la muestra a Los Toldos, provincia de Buenos Aires. De allí volvimos con un notición: el archivo del Museo de Ciencias Naturales es accesible. Las fotos se pueden conseguir escaneadas del original. Tardé un año en enterarme de eso porque la vida es así a veces: los procesos se toman su tiempo para madurar.
La primera foto sobre la que trabajé en esta nueva etapa es la de Inakayal. El encuentro fue imponente: la foto es perfecta, pesada, bella. La pinté con el pulso casi temblando. Cuando la fui a imprimir decidimos hacerla en 50×60 y enmarcarla enseguida para poder bordarla de manera colectiva.
El primer viaje con la foto fue para visitar amigos. Y si a mí me había emocionado ver tan nítida la imagen del lonko, lo que vi en los rostros de la gente que se iba encontrando con él era algo que estaba entre la sorpresa y la conmoción: como si se encontraran por primera vez con la imagen de un pariente. Vi gente lagrimear, quedarse en silencio, acariciarla.
A cada persona con la que me encontré tuve que promerterle volver con una copia para dejarles. En cada uno de esos lugares había visto el retrato de Inakayal fotocopiado y pixelado, impreso de las versiones que circulan por la web.
Hacer varias copias digitales sería lo más fácil y económico. Pero si la idea es sanar las fotos, hay que animarse a ir más allá. Tomé dos decisiones: la primera es que la obra coloreada está a disposición para quién quiera darle un uso no comercial. Solo tienen que pedirla.
El segundo paso es revertir el proceso en el que fue tomada. Así como la idea es bordar en el camino para rebobinar la marcha de la muerte, también podemos soñar con rebobinar el proceso fotográfico.
Para empezar convertí la foto en negativo y la imprimí sobre una filmina. Luego, con la guita de Pablo Kolodny recorrimos la historia de la fotografía hasta dar con el proceso que más se ajustaba a lo que quería hacer. El Van Dick Brown es un proceso del siglo XXII. Da lindos contrastes, pero sobre todo tiene algo que lo vuelve clave: el revelado se hace con luz solar. La opción de reproducir las imágenes con el sol de la Patagonia se presentó como una epifanía.
El proceso de copiado se va a hacer -siempre que sea posible- en cada uno de los lugares donde bordemos fotos.
El proceso es químico, pero también alquímico. Se trata de devolver a la luz lo que fue hecho en la oscuridad del genocidio.